Aunque pueda parecer sorprendente, lo cierto es que la Armada española ha tenido tierra adentro, en el territorio de los antiguos reinos de Castilla y León, uno de sus viveros más feraces. Como suele suceder en este desmemoriado país, que condena al ostracismo a sus prohombres, incluso a sus héroes más insignes, la mayoría de ellos han caído en las garras del olvido más absoluto. Este es el caso de un marino y militar bejarano, Tomás Olleros Mansilla. Su rastro habría desaparecido para siempre entre las brumas de la Historia, de no ser por la sentida biografía escrita por un descendiente, el abogado Manuel Olleros. Una obra casi imposible de encontrar, pues se trata de una edición no venal de tan solo ciento cincuenta ejemplares, que recopila documentos personales y los recuerdos que aún pervivían entre sus familiares.
Nacido en Béjar el 14 de agosto de 1838, nada hacía sospechar que pudiera seguir una derrota, por utilizar el término náutico, que lo llevase tan lejos de su tierra. Y menos aún que lo hiciese de forma tan temprana como decidida. Entre sus ancestros se contaban letrados, escribanos públicos o industriales, como su padre, propietario de una importante fábrica textil y que llegó a ser diputado liberal en las Cortes. Nadie entre los Olleros, una influyente familia sin vínculos con la navegación ni la milicia, se explicaba el origen de la vocación marinera del pequeño Tomás. De lo que no cabe duda es de que los sueños de aquel niño se elevaron muy por encima de las espesas frondas de la sierra de Béjar, en cuyo regazo creció.
Solo tenía diez años cuando su padre le exponía a Isabel II “que tiene un hijo […] el cual desea dedicar a la carrera de las armas en el Cuerpo General de la Armada, al que demuestra particular afición”. Suplicaba en la misma instancia que se dignase a concederle “la gracia de aspirante de Marina con uso de uniforme y opción a plaza en el Colegio Naval para cuando cumpla la edad”. Con catorce años, sus azules quimeras comenzaron a hacerse realidad. Llegaba a Cádiz para ingresar en el Colegio Naval de San Carlos y veía el mar por primera vez. Comenzaba entonces una aventura, la de su vida, cuya realidad superaría con creces a sus infantiles fantasías.
Los que lo conocieron le describen como de fisonomía seria, moreno, delgado, con unos penetrantes y soñadores ojos castaños. Entrañable y humano en sus relaciones personales, se mostraba enérgico, duro e inflexible en cuestiones del servicio, sin tolerar la más mínima indisciplina. De carácter audaz, siempre afrontó los peligros a los que se expuso, como algo inevitable y cotidiano. Y fueron muchos. Viajó por todo el mundo. Con tan solo veinticinco años fue destinado a Filipinas, desde donde viajó a China por primera vez. Combatió a los piratas en los mismos mares en que Emilio Salgari situó a su inmortal personaje Sandokán. También llevó a cabo misiones para rescatar cautivos y operaciones militares contra los belicosos “moros” de aquellas latitudes. También hubo de vérselas contra los filibusteros del Caribe, pues fue destinado en diferentes periodos de su vida a las Antillas españolas. A bordo de la corbeta Tornado, participó en la persecución del vapor filibustero Hornet que se refugió en Port au Prince (Haití) donde quedó bloqueado.
Su participación en multitud de misiones y hechos de armas lejos de la Península fue notable, pero sería en el solar de la vieja Hispania donde se hizo merecedor a la máxima condecoración, la Cruz de San Fernando. En aquella época España había obrado un milagro difícil de superar: estaba inmersa, de forma simultánea, en tres guerras. ¡Y todas ellas civiles! A la Guerra de los Diez Años, iniciada en Cuba en 1868, se añadiría la Tercera Guerra Carlista en 1872 y la rebelión cantonal al año siguiente, pocos meses después de proclamada la Primera República. A este respecto, al margen del cantón independiente de Cartagena, el más conocido, se proclamaron otros muchos por toda la geografía nacional, entre ellos el de Béjar, villa natal de Tomás Olleros.
Tomás Olleros en la Tercera Guerra Carlista
Suprimida la monarquía, en España había un nuevo rey: el caos. Muy pronto, las tensiones de los federalistas más intransigentes acabarían con la dimisión del primer presidente de la República, Estanislao Figueras. Se le atribuye una frase, pronunciada en su lengua vernácula durante el Consejo de Ministros, poco antes de dimitir, y que no puede ser más elocuente: “Senyors, ja no aguanto més. Vaig a ser-los franc: estic fins als collons de tots nosaltres!” (“Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”).
La guerra carlista se complicaba y se necesitaron los servicios de Tomás Olleros, recién retornado de Cuba. El ejército de Carlos VII cerraba el cerco sobre Bilbao; la situación era muy comprometida. Por eso fue destinado a la flota del Cantábrico donde, al mando de la goleta Buenaventura, dio muestras de heroísmo. Su valor y dotes de mando fueron fundamentales para ganar un tiempo vital y retrasar el bloqueo por mar de la capital vizcaína. Portugalete, localidad estratégica en la boca de la ría, sufría desde el verano el asedio carlista. Olleros asumió el mando de la goleta Buenaventura el 19 de diciembre de 1873, “un puesto del máximo peligro”, como lo calificaba su biógrafo Manuel Olleros. Amarrada en el malecón, resistiría durante semanas, de forma milagrosa, sometida a un constante fuego artillero y de fusilería desde las posiciones enemigas.
La Buenaventura, gracias a sus tres cañones montados sobre colisas (plataformas giratorias), mantuvo a raya a los sitiadores, desmontando una y otra vez las baterías enemigas. Su tropa desembarcó en numerosas ocasiones para dar golpes de mano, como el incendio de la Casa Urquizu, que se hallaba en poder de los carlistas. El diario personal de Tomás Olleros va desgranando combates y bajas, humanizando la barbarie bélica al poner nombre y apellidos a los que nunca saldrían de allí. Así, el 31 de diciembre podía leerse: “El marinero Santiago Gorrilla quedó muerto de un balazo en la cabeza. El cañón de popa está inutilizado después de haber hecho 448 disparos”. O el día 8 de enero, con seis heridos, en el que escribe: “el marinero M. Olavarrieta ha muerto de un balazo en la cabeza”.
Solo la tenacidad del marino bejarano, también herido por un trozo de bala en una rodilla, hizo posible resistir hasta el 11 de enero. Por ello se le concedería la Cruz de 1.ª clase de la Orden Militar de San Fernando. Según consta en el expediente contradictorio para su concesión, ese día la Buenaventura se encontraba con treinta y dos balazos en el casco, “con diecinueve bajas en su tripulación, haciendo agua y en inminente peligro por las circunstancias especiales de la Ría de que su buque cayese en poder del enemigo o se fuese a pique…”. Ante la rabia y la desesperación de los carlistas, que ya lo creían una presa segura, salvó el buque in extremis. Pocos días después, tras medio año de asedio, caía Portugalete.
De Cuba a Oriente
No habría descanso para Tomás Olleros. Cercano a la cuarentena, por fin había encontrado el amor, aunque no podrá asistir ni a su propia boda con la gaditana Milagros Vernacci Moreau, celebrada por poderes el 30 de junio de 1877. El año anterior, terminada la última de las guerras carlistas, hubo de regresar a la isla de Cuba donde la lanza de Marte se había incrustado con firmeza. Allí tendrá de nuevo ocasión de demostrar su valía. Acompañó y llevó embarcado en numerosas ocasiones al general Martínez Campos, agregado a su cuartel general en tareas militares y políticas. Combatió tanto en mar como en tierra, mandando columnas en lugares hoy emblemáticos como Sierra Maestra, cuna de la Revolución cubana ochenta años después, y venciendo a los insurrectos en diferentes encuentros. Por todo ello, lograría su ascenso a coronel del Ejército y la Cruz del Mérito Naval con distintivo rojo.
Al poco de regresar de tierras caribeñas, en 1879, sería de nuevo destinado a los lejanos mares de Oriente. Encargado de una misión especial, haría un singular viaje por China, Corea y Japón, como capitán de la corbeta María de Molina. Se convertía así en uno de los pocos europeos que habían visitado ciudades como Pekín, Shanghái, Nagasaki o Yokohama. Obtendría por ello una nueva Cruz del Mérito Naval. Entre otros objetivos, tenía el de llegar a Pekín para conferenciar con el ministro de España allí acreditado. Fue condecorado, “Por el buen tino y acierto con el que desempeño la comisión que se le confió”.
Unas impagables memorias, que dejó escritas acerca de este viaje, ofrecen un sinfín de datos relacionados con la cultura, el arte, la economía, la geopolítica o las costumbres de los países que visitó. Muestran, por otro lado, el alto nivel cultural, el cosmopolitismo y la agudeza en los juicios de su autor. Se refiere a China como un auténtico “hormiguero viviente” y relata, como anécdota, que, en las posadas, los lugareños “se amontonaban en la puerta admirando nuestras caras”, pues para la inmensa mayoría era la primera vez que veían un europeo. Tras hablar de los magníficos y lujosos edificios de las legaciones diplomáticas de casi todas las naciones allí acreditadas, se refiere a la española: “Nuestro ministro y secretario vivían estrechamente en una fonda, única según creo que hay en Pekín, siendo la única legación que no tiene casa propia. Ahora se trata de hacerla”.
De aquella época es una de las anécdotas más curiosas de su biografía, con su esposa, Milagros Vernacci, como principal protagonista. Le había acompañado a Filipinas, e inquieta por haber transcurrido varios meses desde la partida de su esposo para la misión en China, decidió ir a buscarlo. Para ello no dudo en embarcar en buque inglés que zarpaba con destino al Imperio chino, a pesar de ser la única mujer a bordo y no entender el idioma. Fue entonces cuando se desencadenó una de las terribles tempestades tan frecuentes en aquellos mares, hasta el punto de que el capitán hubo de atarla con fuerza a uno de los mástiles para salvaguardar su vida.
La conquista de las Tawi-Tawi
De las muchas misiones que desempeñó a lo largo de su vida, hay una que destaca por su especial significado y trascendencia: la conquista del grupo de islas Tawi-Tawi. Se convertía así en protagonista de un hecho que, por sí solo, debería haberle asegurado un lugar en la historia patria. En cierto modo, podría calificársele como el último conquistador. Figuras como la del capitán de navío y coronel de infantería Tomás Olleros ayudan a comprender cómo España pudo forjar −y mantener durante siglos− uno de los mayores imperios del mundo.
Eran los tiempos de “la caza de colonias, a la que muestran decidida afición las naciones europeas”, como podía leerse en un texto de la época. Y, aunque España tenía los derechos sobre Filipinas desde hacía siglos, aún existía algún remoto lugar del que no había tomado posesión formalmente, por lo que otras potencias podían adelantarse y reclamarlo. Ese fue el caso de Tawi-Tawi, archipiélago cercano a la isla de Borneo, cuyo nombre, de origen malayo, significa lejos.
Además de por su posición excéntrica respecto a las principales islas de Filipinas, había otras razones por las que aún no ondeaba en ellas la bandera rojigualda. Los habitantes de todas esas islas del sur, como Mindanao o Joló, los temibles pueblos “moros” (llamados así por ser de religión musulmana), fueron una constante fuente de preocupaciones y conflicto para las autoridades españolas. Rebeldes y dedicados a la piratería, Olleros ya había participado en diferentes acciones contra ellos años atrás, cuando estuvo destinado por primera vez en Filipinas.
Pero, de entre todas esas islas meridionales, había unas que se habían ganado una fama especial. Una carta escrita desde Zamboanga, en 1868, y dirigida al gobernador de Mindanao, contenía una propuesta sobre la represión de la piratería en aquellos mares. Algunos de sus pasajes resultan ciertamente reveladores. Tras indicar que muy pocos pueblos moros dejan de aprovechar la ocasión para dedicarse a tan infame actividad y negociar con los desgraciados cautivos que han capturado, afirma lo siguiente:
«[…] y, entre esta raza de carácter indomable y feroz, aún hay pueblos que, sobrepujando a los demás en audacia y sagacidad, tienen adquirida por sus crímenes una funesta celebridad. Esto sucede con el grupo de islas de Tawi-Tawi, que ha sido y es hoy el foco de la piratería y el nido donde se alberga este azote de la humanidad para descansar de sus correrías; lejos de la acción vigilante de que debería ser objeto por la dependencia directa en que están respecto a España, también niegan cuando les acomoda el vasallaje que deben al sultán de Joló. Al emitir mi parecer en este punto parto de la creencia en que estoy de que hoy solo en Tawi-Tawi se arman espediciones (sic) piráticas de alguna importancia, y éstas, por ser todos los habitantes de dicha isla del oficio, digámoslo así, se preparan allí sin ninguna clase de reserva».
A la Península también llegaban los ecos de la crueldad de sus indómitos habitantes. Corría el año 1862 cuando en el Diario de Menorca, al dar cuenta de una de las incursiones militares llevadas a cabo contra sus piratas, podía leerse cómo los atacantes “se atrevieron a penetrar en la oculta y temida guarida de los, aún más crueles que las fieras, piratas de Tavi-Tavi”, para luego referirse a “las horribles depredaciones que aquellos bárbaros venían ejerciendo en las inofensivas poblaciones de las costas de este archipiélago, acosadas de continuo por estos bandidos, que por do quiera iban sembrando el llanto, la desesperación y la deshonra, pareciendo más un azote cruel de la Providencia, imposible de redimir, que hechos de hombres que pudieran ser tenidos a raya”.
Además de la necesidad de acabar, de una vez por todas, con ese foco pirático, urgía la ocupación efectiva del territorio. Tanto el Reino Unido como el Imperio alemán tenían puesta su vista en Borneo −sobre la que también España tenía derechos− y también en las islas más meridionales de Filipinas. El protocolo de Madrid, firmado entre España y estas potencias el 11 de marzo de 1877, había reconocido, de forma implícita, la soberanía española sobre estas últimas, pero se hacía imprescindible tomar posesión de ellas cuanto antes, pues la cuestión ni mucho menos estaba cerrada.
Olleros sería el encargado de comandar la expedición, iniciada a finales de enero de 1882, para conquistar Tawi-Tawi, un archipiélago, situado entre Joló y Borneo, con “más de cuarenta islas, de las cuales una es bastante grande, catorce regulares, y las demás pequeñas”. Para ello, contaría con una corbeta, un cañonero y tropas de infantería de marina. Aunque con el retraso habitual con el que llegaban las noticias desde aquel lejano confín de España, el 9 de marzo se publicaba la crónica remitida en enero por el corresponsal en Manila de La Correspondencia de España. Este hablaba de rumores sobre las operaciones en el sur del archipiélago y la concentración de fuerzas en Joló. Cuando cita uno de los contingentes que formarían parte de la expedición, escribe lo siguiente:
«[…] la misión que llevan los ingenieros es la de construir reductos en la isla de Tavi-Tavi, casi abandonada hasta ahora (…) y la demás fuerza para proteger estas operaciones, pues se trata de operar en un país de salvajes».
En realidad, el mismo día en que estos rumores se publicaban en la Península, Tomás Olleros culminaba su misión. Según la biografía escrita por su sobrino nieto, “construyó fortificaciones, entabló relaciones con los moros de aquellas rancherías y, tras semanas de operaciones, el 9 de marzo de 1882 todas las islas se hallaban bajo pabellón español”. Tiempo antes, el capitán general de Filipinas ya anunciaba que las operaciones habían comenzado con éxito:
«El 29 de enero último quedó establecido un destacamento en el Frontón a NE de la isla de Bongao, del grupo de las de Tavi-Tavi en el Archipiélago de Joló, izándose en la punta saliente de aquel la bandera nacional y quedando de esta suerte ocupadas efectivamente las expresadas islas. En cumplimiento de lo estipulado en el art 3º del protocolo de 11 de marzo de 1877, firmado entre España, Alemania e Inglaterra, y a los fines que en el mismo se indican, se hace público en la Gaceta Oficial».
Esta ocupación militar permitiría el definitivo reconocimiento de la soberanía española sobre Tawi-Tawi por estas mismas potencias, plasmado en el protocolo de 7 de marzo de 1885, firmado en Madrid.
Regreso a la Península
Sería precisamente a esta ciudad a la que retornaría desde Filipinas, en 1886, para ocupar un importante puesto bajo las órdenes directas del ministro de Marina. Fue el prototipo de marino ilustrado, de ideas liberales, y con una gran experiencia conocimiento de lenguas y culturas −publicó en Manila una gramática bisaya-cebuana y escribió diversos artículos sobre temas geopolíticos o navales−. Todo ello le hizo el más indicado para atender en persona, durante sus visitas a España, a mandatarios extranjeros como, por citar un ejemplo, el príncipe Arisugawa Takehito; el emperador del Japón le enviaría después, en agradecimiento a los servicios prestados, dos magníficos bronces guarnecidos con las armas imperiales.
Ya en tierra firme, supo bolinear con la misma destreza que en mares y océanos. Tras su llegada a la Villa y Corte, cambiaba el puente de mando de los navíos de guerra por los despachos de la Administración, a la sombra misma del poder. Fue nombrado, entre otros cargos, oficial 1.º del Ministerio y encargado de la dirección del personal, vocal de la comisión para conmemorar el cuarto centenario del Descubrimiento de América, o secretario del recién creado Consejo Superior de la Marina.
No cabe duda de que la personalidad de Tomás Olleros impactaba, como también lo hizo su mascota, recuerdo de Filipinas, una mona atada de un collar con la que paseaba por las calles de Madrid. Y compartía el carácter intrépido de su amo: en una ocasión escapó por el barrio de Salamanca. Al poco, la encontraron sitiada en una frutería “comiendo plátanos y apedreando con huevos, naranjas y otras frutas arrojadizas a todos los clientes que no habían huido despavoridos”. El marino llegó justo antes de que la cosa pasara a mayores, redujo a la obediencia al exótico animal, compensó con largueza los daños ocasionados, y aquello se convirtió en una de las sus más divertidas anécdotas.
Así pues, al marino bejarano le correspondió el honor de haber conquistado los que fueron, literalmente, los últimos territorios del imperio en el que no se ponía el sol. Aunque se trata de unos hechos totalmente olvidados, en 1898 no se perdió todo: ¡las Tawi Tawi seguían siendo españolas! Una omisión en el tratado de paz con los EE.UU. tenía la culpa. Precisamente, la misma lejanía que motivó que fuera uno de los últimos territorios en ser conquistados por las armas españolas, provocó el olvido y que este pasara inadvertido para los americanos.
Como es lógico, poco tiempo después se descubrió la anomalía. La existencia, en aquellas latitudes, de tierras que permanecían aún bajo soberanía española provocaba una situación complicada y generadora de tensión entre ambas naciones. En esta ocasión, las armas no serían la solución: el 24 de agosto de 1901, la Gaceta publicaba el tratado por el que las islas Tawi-Tawi eran cedidas a los norteamericanos, a cambio de 100 000 dólares de la época.
Sin embargo, Tomás Olleros se libró de presenciar el triste final del Imperio en cuya armada sirvió. Con solo 52 años y una prometedora carrera por delante, en 1890 fallecía de una pulmonía infecciosa. Su comitiva fúnebre estuvo encabezada por el ministro de Marina, acompañado de numerosas autoridades y personalidades, y fuerzas de la Capitanía General de Madrid le rindieron honores de ordenanza. Nunca más volvería a surcar los soñados mares de su niñez.
Fuentes primarias
- Diario de Menorca, de 18 de noviembre de 1862.
- La correspondencia de España, de 9 de marzo y 24 de junio de 1882.
- La Gaceta, de 24 de agosto de 1901.
- VV.AA. (1889): Cartas de los PP. de la Compañía de Jesús de la Misión de Filipinas. Manila: Tipo-litografía de Chofré y Compª.
Bibliografía
- Ceballos-Escalera, A. Diccionario Biográfico. Real Academia de la Historia.
- Montero, J. (1886): El archipiélago filipino y las Islas Marianas, Carolinas y Palaos: su historia, geografía y estadística. Madrid: Imp. y fundición de Manuel Tello.
- Montero, J. (1888): Historia de la piratería malayo-mahometana en Mindanao, Joló y Borneo. Madrid: Imp. y fundición de Manuel Tello.
- Olleros, M. (1985): Tomás Olleros Mansilla, marino y militar bejarano (1838-1890). Madrid: edición no venal.
- VV.AA. (2019): Desperta Ferro Contemporánea n.º 36: La Guerra de Filipinas 1896-1898
F. Javier Suárez de Vega (Valladolid, 1969), licenciado en Derecho por la Universidad de Valladolid, es funcionario de carrera como jurista-criminólogo del Cuerpo Superior de II.PP. Ha desarrollado su actividad profesional en el campo del Derecho en diferentes Administraciones Públicas y ocupado diversos cargos de responsabilidad, compaginándolo con la investigación histórica y la escritura. En el primero de los ámbitos, resultó ganador, junto a Agustín Pacheco, de la XV edición del Premio Internacional de Historia del Carlismo “Luis Hernando de Larramendi”, con la obra Wils y el Batallón de Zuavos Carlistas. Guerra en Cataluña, 1869-1873. Es, así mismo, autor de artículos y colaboraciones periodísticas de temática histórica. En la actualidad trabaja en una biografía sobre un militar español del siglo XIX y en otra obra sobre la Primera Guerra Carlista en Cantabria. Fue director de la Revista Medio Ambiente en Castilla y León y es miembro correspondiente del Centro de Estudios Montañeses. En el ámbito literario, con preferencia por el relato histórico, ha sido galardonado en varios certámenes.
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